Page 29 - Catalogo Virtual Anibal Cedron en el Sivori
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quién sabe, al tiempo que golpea la espalda contra unas raíces semienterradas.
 ; e inmediato se incorpora, los ojos grandes. E l cerco, un poste de telégrafo, el
 aromo florecido. N o más a la derecha. C amina agachado, busca el sitio donde esta
 caído el alambre tejido. L o cruza veloz y se orienta hacia la hilera de árboles, cara
 al sol. E l ciprés de la punta tiene una rara disposición de las ramas en forma de
 escalera que facilita trepar. C orre y se abraza a su tronco, casi sin aliento.
 S ube de memoria al árbol. A media altura, un pensamiento lo detiene y se sienta
 sobre una rama. E n casa deben creer que ya estoy muerto. ¿ C uándo vienen a
 salvarme? , pregunta con tono de exclamación y se preocupa:  S i vuelvo a ver a
 los chicos, no me van a reconocer, ni yo a ellos. T ienen que estar cambiadísimos.
 N o piensa más, pero llegan los recuerdos, que martillean plenos a fuerza de estar
 siempre, y funden sus imágenes al panorama de ese cementerio desconocido, a
 su laberinto de cruces y calles... L a tarde primaveral en que lo apresan. E nse-
 guida las tinieblas de los ojos vendados y la sensación de estar perdido. ; espués,
 tirado en el suelo, los tobillos engrillados, unas voces sin respuesta, los carcele-
 ros jugando ping- pong al otro lado de la celda – cosa de sueño–  y repentinamente  suyo que se turnan para golpearlo, la huída por la ventana de un pasillo, su boca
 el tacazo de una bota contra el rostro, y el tipo oscuro que se agacha por detrás  reseca y el sudor frío, su carrera desesperada por la playa de estacionamiento
 de él, le ajusta las vendas sobre las cavidades de los ojos y habla a su oído en  del P ozo, el azar que juega a su favor, cuando trepa a un camión frigorífico vacío
 tono burlón.  que sale sin inspección, un fondo de sirenas y disparos, ese temblor de piernas
 –  N o vas a poder escapar. 5 oy te mudamos a los tubos, andá sabiendo que acá,  al bajarse en una calle oscura, y el terror agazapado junto a él, un terror de conejo
 en adelante, tu nombre es el ciento- siete, y para los de afuera tu identidad es una  en el refugio de la obra abandonada, mientras espera que se alejen los perse-
 incógnita, porque estás de- sa- pa- re- ci- do.  guidores.
 Afloja la mano que empuña la faca y gira su cabeza mansa hacia el sol, la vista  5 ijos de puta, asesinos.
 entornada. P ero me escapé nomás. C uando pensaron que me había quedado en  S e estremece al oír lo raro de su voz y sigue rápido el ascenso por los peldaños
 la tortura. S onríe... C uando pensaron que estaba muerto y me dejaron solo en la  del ciprés. 5 ijos de puta. Y todos eran iguales. T odos iguales. S e interrumpe
 enfermería... S e balancea en la rama, y mira a los hombres inclinados encima  cuando quiebra una rama y esta cae con estruendo. O bserva un instante alrede-
            dor del árbol. N o nota un movimiento extraño y continú a. E l caso es recordar
            cómo ingresó al cementerio. 5 ay que mirar hacia el río y verificar la orientación
            de las vías del tren. ; el nordeste provenían los pitazos y el traqueteo caracterís-
            ticos al paso de trenes, que escuchaba dentro del P ozo. E s probable que se trate
            del mismo ferrocarril.
            E n lo alto del ciprés, se acomoda entre un penacho de ramas y contempla.
            Avanza un tren desde el norte, fulgurante de sol, y se oye la marcha que toca
            sobre sus dos cuerdas. P or un declive se aleja hacia . uenos Aires, tras la panta-
            lla de una arboleda... E l P ozo tiene que estar en esa dirección... . usca en un
            costado de la ciudad, a orillas del río, y ubica la playa de estacionamiento en que
            se camufla y a unas cuadras a su derecha, la obra donde se escondió... R ecorre
            el espacio entre los dos puntos y el cementerio, con la intención de reconstruir el
            trayecto de su fuga. A excepción del descampado, frente al cementerio, no reco-
            noce los lugares por los que anduvo al salir de la obra. E s que tomó una serie de
            calles para evitar las más controladas, de las cuales no tiene no tiene memoria...
 La derrota. 1996.  A propósito, estaba seguro de que se metió en la calle de tierra, que atraviesa los
 Tinta sobre tela. 100 x 110 cms.  baldíos, sin ser observado. P ero ahora cree ver un F ord F alcón en el momento de
            internarse por esa calle de tierra. Y cómo reaparece a toda velocidad en el cruce
 Ilustración “El Ausente”. 1996.                                                         Arrojados al Río de la Plata. 1996.
 25 x 35 cms.   con la lateral al cementerio.                                          Técnica mixta sobre tela. 90 x 140 cms.
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