Los 60 entraron al comic para quedarse
En las tristes circunstancias del éxodo masivo de historietistas argentinos –formados en la década del 50-, paradójicamente se realizó en Buenos Aires, Instituto Di Tella, durante 1968, la Primera Bienal Mundial de la Historieta. Ya en Europa –que hasta fines de los 50 carecía de historieta para adultos- y concretamente en Francia, 1962, se había formalizado la primera exposición del continente. Guido Crepax y otros italianos fueron sus primeras figuras, pero de alguna forma recibieron de los nuestros buena parte de bagaje creativo (como aquí alguna vez habíamos aprendido de Pratt).
Mientras en Europa el escritor y lingüista Humberto Eco comenzaba a valorar la historieta desde un ángulo semiótico; lo mismo hacía en la Argentina el psicoanalista Oscar Masotta, quien editó la revista LD (Literatura Dibujada) en 1968 y luego en 1970, publicó el libro La historieta en el mundo moderno. Simultáneamente convergieron con esta aceptación cultural de la historieta, tres vertientes –podría decirse- de la plástica vinculadas a la narrativa. Una –la más antigua- fue el muralismo, que desde la imagen visual servía para narrar historias (tal el caso de la Europa medieval y prerrenacentista, donde se contaba la historia bíblica; o en México el relato de las grandes masas protagonistas de una revolución y de la historia nacional). Esta forma de expresión, en nuestro país fue definida por Juan Carlos Castagnino como “figuración narrativa”.
Otra fue la convivencia y frecuentación, “verdadera compañía del alma”, que siempre tuvo la prosa poética y narrativa con la plástica, y que en nuestro país alcanzó su mayor repercusión, justamente, en los años 60 –pleno auge de la industria editorial argentina-, cuando Eudeba acudió a los mejores plásticos para ilustrar sus publicaciones de narrativa nacional, recogiendo el ejemplo de editoras independientes como La Rosa Blindada.
Por último –sin intentar abarcar todas las influencias operadas- en esa década del 60 (reconstruida Europa de la guerra), el mundo tecnológico capitalista lanzó masivos y descartables productos de consumo, basados en una intensa explotación publicitaria, que empleó medios audiovisuales como la televisión (también apareció el color en el cine) y la acción psicológica, que comprende el conocimiento de la semiótica. De ese universo profundamente trastrocado nacen numerosas tendencias plásticas –que igualmente afectan a las relaciones historieta narrativa y figuración narrativa-, como son el pop-art, la llamada destrucción del objeto y el happening o exhibición.
Revaloración de la historieta “seria”
Desde la intelectualidad europea se revaloró a Milton Caniff (Ferry y los piratas, 1934 y Steve Canyon, 1947), a Alexander Raymond (sobre todo de Rip Kirby, 1946) a Harold Foster (El Príncipe Valiente, 1937), o a un Burne Hogarth (Tarzán, 1937). La revaloración se hizo desde lo estético y desde un pensamiento que se propone ser revolucionario.
También hubo interés de la lingüística y la semiótica en torno de la historieta. La imagen o la representación del sonido material –incluido en el signo lingüístico-, el significante (como define Saussure) requiere, para completarse, del seguimiento o de las secuencias de otros significantes: allí quizás una de las atracciones de la historieta para la semiótica. Por dar un ejemplo: si se dice “Había”, de inmediato se hace necesaria la continuidad de un segundo significante, por ejemplo, “un gato”.
Por otra parte, algunas de las motivaciones que impulsan los encuentros de la historieta con la narrativa en general –similares a la que ésta tiene con la plástica- tienen origen en la misma naturaleza de la región expresiva de la narrativa, que hacía afirmar a Cervantes que “pintor o escritor es todo uno”, un eco de la frase de Horacio: Ut pictura, poesis.
Ciertamente, la visión funciona como “reordenadota” o como metonimia de todo el sistema perceptivo, al igual que la representación visual con respecto al sistema de simbolización de los objetos y muy particularmente en la escritura.
Asimismo, en la relación narrativa e historieta se puede establecer un paralelo con los sistemas ideográficos o pictográficos, que fueron el umbral primitivo del alfabeto moderno, y lo cual explica también el interés que despierta la historieta en los lingüistas.
Narrar desde la imagen visual
La percepción de la totalidad de una obra literaria no es instantánea y únicamente se la aprehende con la lectura continua, desde la primera hasta la última página. Mientras que la totalidad en el dibujo o la pintura está contenida en un plano o cuadro, lo que vuelve a la obra estática. Esto parece dificultar la captación de una narración –que se mueve y fluye hasta por el seguimiento de los significantes, ya explicado-, en una ilustración solitaria en la portada o en las páginas interiores. Coincidiendo con la realización de la Bienal Internacional de la Historieta, Antonio Berni creó la gran serie de Juanito Laguna y de Ramona. Para ello recogió la vieja vertiente del muralismo mexicano, practicada junto a Siqueiros, Urruchúa, Castagnino y Colmeiro; también supo hacerse eco de las tendencias universales de los años 60. Utilizó para sus series acumulaciones de objetos en desuso, fragmentos de máquinas y también tomó el pop-art o del op-art, que imita la iconografía publicitaria, del monumentalismo, del retrogradado, del cartel luminoso y también de la historieta y del dibujo animado.
A propósito del pop-art, que influenciara en la labor de Berni como la de otros artistas plásticos y que en Europa adoptó el nombre de nuevo realismo, en su forma imita la iconografía publicitaria como ya dijimos, pero sus contenidos varían desde lo neutral, del simple objeto como una segunda naturaleza, hasta la pintura de Rosengrut, por ejemplo: tema con variaciones alrededor de un caza-bombardero, donde señala su doble realidad como máquina de guerra y como máquina de “propaganda” (producto de consumo), es decir, una polivalencia, una disponibilidad de significados.
Es interesante observar el fenómeno del experimentalismo visual de aquellos años, impactados por el boom de la televisión y los medios, audiovisuales masivos, como también por la revolución científico-técnica que llevó al hombre a salir del planeta e investigar el cosmos. El fenómeno se abrió en distintas direcciones y no hubo experimentación en un solo sentido. Junto al ultranacionalismo de La Recherche, tenemos todo lo que hicieron aquí, en Buenos Aires, Renart y la gente que se conectó con las teorías de Planeta: los mundos absolutamente imaginarios, el planteo de que la ciencia trabaja sobre bases falsas.
De este modo, la historieta adquiere por los años sesenta un reconocimiento cultural como medio expresivo y creador, con identidad propia. En nuestro país ese reconocimiento se da –a pesar de contar ya con argumentistas y dibujantes maduros en su arte- por el proceso de valoración intelectual de los europeos. Además, está inmersa en un movimiento vastísimo de la cultura conmovida por los alcances de la ciencia y de la tecnología que –aplicadas a la producción- han revolucionado la vida humana, y a la vez la han expuesto al peligro de destrucción. La historieta –como veremos en la última nota. Incursionará dentro de ese movimiento multifacético.